Proyecto Perpetuando la Red LAC.
Realización: Red LAC y Museu da Pessoa.
Entrevistada: Zunilda Nanci Casas Acosta.
Entrevistadores: Márcia Trezza y Danilo Eiji.
Lugar de la entrevista: São Paulo.
Fecha de la entrevista: 15 de noviembre de 2006.
Transcripción: Ricardo Viel
¿Cuál es tu nombre completo, Kika?
Kika – Mi nombre es, mejor hablo en castellano. Mi nombre es Zunilda Nanci Casas Acosta, pero realmente, para mí, mi nombre es Kika.
¿Cuál es el local y la fecha de su nacimiento?
Kika – Yo nací el 18 de junio de 1938, en el departamento de Lavalleja, en un pueblito llamado Batlle y Ordoñez.
¿Cuál es el nombre de tus padres?
Kika – Él se llamaba Eduardo y mi madre Filena. A ella tampoco le gustaba su nombre, y mis primas y la gente cercana le decían Tala.
¿Podrías hablar un poco sobre tu origen?
Kika – Bueno, mi familia fue una familia del campo, tanto por parte de mi padre como de mi madre. Era una familia clase media “acomodada”; eran trabajadores, pero en buena situación económica y vivían a unos 15 kilómetros del pueblo más cercano. Hacían ganadería, ganado de carne y oveja, lana. Me acuerdo de la época de haber vivido ahí y fui muy feliz.
¿Tienes hermanos?
Kika – Tengo una hermana que es menor que yo, dos años y medio… y con gustos muy diferentes.
¿Cómo así?
Kika – Ella es una mujer que realmente siempre fue como mi madre, muy urbana. A pesar de que las dos fuimos de familia rural, no entiende muy bien que yo me mantenga bien en el campo y esté muy feliz. Ella vive en la ciudad, vive en Montevideo y somos muy cercanas, muy queridas. Nos vemos poco, pero estamos siempre juntas.
Has dicho que tu madre también es urbana. Pero ya vivió en el campo, ¿no?
Kika – Nació, se caso y se mantuvo en el campo, que era un patrimonio de mis abuelos, hasta que nosotros estuvimos en la edad escolar. Entonces ella tuvo la oportunidad de decir que nosotros teníamos...
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Realización: Red LAC y Museu da Pessoa.
Entrevistada: Zunilda Nanci Casas Acosta.
Entrevistadores: Márcia Trezza y Danilo Eiji.
Lugar de la entrevista: São Paulo.
Fecha de la entrevista: 15 de noviembre de 2006.
Transcripción: Ricardo Viel
¿Cuál es tu nombre completo, Kika?
Kika – Mi nombre es, mejor hablo en castellano. Mi nombre es Zunilda Nanci Casas Acosta, pero realmente, para mí, mi nombre es Kika.
¿Cuál es el local y la fecha de su nacimiento?
Kika – Yo nací el 18 de junio de 1938, en el departamento de Lavalleja, en un pueblito llamado Batlle y Ordoñez.
¿Cuál es el nombre de tus padres?
Kika – Él se llamaba Eduardo y mi madre Filena. A ella tampoco le gustaba su nombre, y mis primas y la gente cercana le decían Tala.
¿Podrías hablar un poco sobre tu origen?
Kika – Bueno, mi familia fue una familia del campo, tanto por parte de mi padre como de mi madre. Era una familia clase media “acomodada”; eran trabajadores, pero en buena situación económica y vivían a unos 15 kilómetros del pueblo más cercano. Hacían ganadería, ganado de carne y oveja, lana. Me acuerdo de la época de haber vivido ahí y fui muy feliz.
¿Tienes hermanos?
Kika – Tengo una hermana que es menor que yo, dos años y medio… y con gustos muy diferentes.
¿Cómo así?
Kika – Ella es una mujer que realmente siempre fue como mi madre, muy urbana. A pesar de que las dos fuimos de familia rural, no entiende muy bien que yo me mantenga bien en el campo y esté muy feliz. Ella vive en la ciudad, vive en Montevideo y somos muy cercanas, muy queridas. Nos vemos poco, pero estamos siempre juntas.
Has dicho que tu madre también es urbana. Pero ya vivió en el campo, ¿no?
Kika – Nació, se caso y se mantuvo en el campo, que era un patrimonio de mis abuelos, hasta que nosotros estuvimos en la edad escolar. Entonces ella tuvo la oportunidad de decir que nosotros teníamos que ir a la escuela; en la zona no había escuela y salió con nosotros rumbo a la ciudad.
¿Toda la familia se cambió?
Kika - No. Sólo mi madre y nosotras dos. Mi padre se quedó viviendo en el campo. Íbamos al campo en vacaciones, yo extrañé mucho al campo, mucho. Mi madre era una mujer amorosa, una madre cuidadosa, tierna, pero sumamente miedosa de todo, de bichos, de víboras, de vaca, de todo lo que la rodeaba. En realidad, creo yo, no estoy segura, que ella sufría mucho esa sensación, pero la superaba porque mi papá era un enamorado del campo.
Y tu padre vivió siempre en el campo...
Kika – No. Él se mudó. Estuvo un tiempo, hasta que realmente no aguantó estar lejos de la familia. El campo se alquiló, se arrendó, como decimos en Uruguay, y se fue a vivir y a trabajar a Montevideo.
¿Cuántos años tenías cuando te fuiste a Montevideo?
Kika – Cuando me fui totalmente, porque después que mi madre se fue a Montevideo yo iba en vacaciones y acompañaba, me gustaba mucho andar a caballo, trabajar con el ganado…disfrutaba realmente. Creo que dejé de ir realmente a los 15 años.
¿Cómo fue tu infancia en esa época?
Kika – Yo creo que, a veces, uno mejora las cosas. Pero fui muy feliz. Sí, muy feliz. Y había cosas que recuerdo como especiales. Mi padre salía al campo… nosotros, en Uruguay, tenemos un pájaro que se llama Tero, y pone unos huevos que a mí me gustaban mucho. Mi padre iba al campo y me traía huevitos de Tero para que yo comiera. Los recuerdo deliciosos y sé que son muy ricos. Hace mucho tiempo que no como. Para mí, era como si me trajeran un juguete o un regalo. Había empleados que habían estado con mi abuelo trabajando hacía muchos años y había uno que yo recuerdo que le decía "El Indio". Él iba al pueblo y siempre me traía un regalo. Recuerdo también las noches de invierno, no tan de invierno, porque había choclos (maíz) y había una cocina que era una cocina a leña y el “Indio” venía de tardecita a tomar mate y me hacía los maíces, los ponía en las brasas de la cocina y me los asaba, yo los disfrutaba como si fuera el manjar más grande del mundo. Y, realmente, lo recuerdo con muchísimo cariño.
¿En esa época tu mamá y tu hermana todavía estaban allá?
Kika – Sí, sí, ellas estaban allá. En realidad, esto que cuento también se asimila a mi hermana, porque andábamos juntas siempre, así que las dos vivimos una etapa para mí muy linda.
Y ustedes se quedaban en el campo, jugaban en el campo... ¿cómo era el trabajo, ustedes participaban en el trabajo?
Kika – A mí, me gustaba muchísimo andar a caballo, acompañar a mi padre. El otro día recordaba que me gustaba asumir la tarea de campo como fuera… Mi papá siempre estuvo contento de tener a las dos hijas mujeres, nunca nos demostró… El uruguayo, sobre todo en el medio rural, es bastante machista, yo diría que mucho, pero nunca sentí eso de mi padre. Siempre sentí que él estaba feliz de tenernos a nosotras, mujeres. Y, yo no sé si era por eso, o porque realmente a mí me gustaba, yo trataba de cumplir con esas tareas, porque sabía que a él le gustaba que lo acompañara. Andaba mucho a caballo con él, trabajábamos con el ganado, apartábamos. Recuerdo que a veces salía a galope detrás de algún animal y le preocupaba. "Eso no lo puedes hacer, el animal te puede golpear, te puede dañar." Pero a mí me gustaba hacerlo, y yo, además, sabía que podía hacerlo. Disfruté tanto, pero, no lo recuerdo con nostalgia, sino con alegría. Con mucha alegría.
¿Y él trataba con ese mismo afecto también a tu mamá? ¿Cómo era la relación de los dos?
Kika – Sí, porque era distinto. Mi padre era un hombre cariñoso, pero era fuerte, tenía carácter. Mi madre era muy particular, porque era una mujer sumamente dulce. Yo a veces confundía sumisión con falta de carácter, pues siempre estaba buscando complacer, pero sabía bien qué era lo que quería y eso lo fui aprendiendo con el tiempo. Era una mujer sumamente dulce, siempre estaba buscando la negociación en la familia. Porque yo también, cuando fui más grande, no de niña, tenía mi carácter y se lo hacía saber a mi padre. Y ella siempre estaba ahí, como negociando, en el medio, porque si mi madre se enojaba conmigo, quedaba mal, yo también quedaba mal. A ninguno de los dos nos gustaba discutir o pelear pero, si entendíamos que teníamos razón, los dos defendíamos nuestras razones y discutíamos…
¿Tu hermana y tú eran parecidas en esa forma de ser?
Kika – No, mi hermana era distinta. Es distinta. No sé, tiene una vida distinta, también porque la vida le dio otro marco y, en lo personal, yo creo que viviendo situaciones similares a las de ella, hubiera sido más independiente. A veces le reprochaba, tú no tienes porque no definir esta situación, pero la vida era de ella...
Kika, ¿la familia tenía una relación con los vecinos? ¿Cómo era?
Kika – Mi casa era muy visitada. Era casa vieja, como le decíamos nosotros, porque era la casa de mis abuelos, una casa de paredes de piedra, ahora tendría como 130, 140 años. Era muy visitada, visitada por parientes, por amigos de mis padres. Era muy común decir: "Que viene fulano de tal, vamos a matar una vaquillona.” Y se mataba un animal como si fuera una gallina. Yo hoy lo recuerdo y digo será que se podía tanto, porque realmente... Y después había gente empleada. Mis abuelos maternos fueron como recibiendo los hijos de esclavos que tuvieron sus abuelos, y yo me crié con ellos, como parte de mi familia. Estuvimos siempre muy rodeados de personas, para vivir en un lugar no cercano a centros poblados, y en esa época los caminos no existían, eran como huellas. Yo recuerdo que uno de los hijos de esas personas, Antonio se llamaba, salía al camino, venía corriendo y le decía a mi madre: "madrina, madrina, viene un auto, viene un auto, viene un auto". Era como si dijéramos: "¡un plato volador, un plato volador". Era así, todo un alborozo. Porque realmente el lugar estaba lejos de todos lados. Sin embargo, yo no sentía esa soledad que la gente dice. Nunca sentí eso. Nunca. Realmente, siempre estuvimos acompañados. Mis abuelos vivieron con nosotros mucho tiempo. Mi abuelo, yo lo recuerdo como una persona respetable, sí, pero afectuoso. Mi abuelo siempre tenía los bolsillos llenos de caramelos, siempre. Mi abuelita era una persona con un carácter excepcional, una mujer fuerte, muy menudita, pero muy fuerte y estuvo mucho tiempo cerca nuestro, murió con 102 años.
¿102?
Kika – Sí. Es muy curioso, porque ella vivió bien todos esos años y al ver poco y al oír poco, llegó un momento, cuando tenía 102 años, que dijo: "es hora de morirme". Y, en un mes, se murió. A mí, siempre me pareció fantástico, se ve que la energía la tenía ella y se dispuso. Energía, porque no puedo pensar como determinó una cosa así y, en un mes, se murió.
¿Y cómo fue el cambio para Montevideo?
Kika – Nosotros fuimos primero a la casa de unos familiares de mi madre. Y entramos en el colegio de las monjas… Entré primero yo, y mi hermana era muy chica todavía para que la recibieran. Y, bueno, mis padres fueron buscando dónde instalarse y yo... la verdad es que la etapa primera del colegio de las monjas no la recuerdo como una cosa muy traumatizada, porque mi padre todavía no se había venido del todo a Montevideo. Pienso que esa transición me haya ayudado, porque yo iba en vacaciones. No la recuerdo mal a la etapa de la venida para Montevideo, porque pensaba siempre en que era una cosa transitoria. Y la familia, tanto de mi madre como de mi padre, eran familias grandes, las dos, y siempre, también, nos mantuvimos muy rodeadas de gente, nunca nos sentimos solas en Montevideo. Y era una familia toda proveniente del campo, entonces siempre teníamos una u otra persona que nos vinculaba, de alguna manera. Para mí, tal vez, haya sentido más ese despegue cuando mi padre resolvió venirse. Fuimos un año a Batlle y Ordoñez, donde yo nací. Estuvimos en la escuela ahí, para hacer la liquidación de todas las cosas e instalarse mi padre también en Montevideo. No recuerdo… me parecía que no estaba en algún lado, no estaba en el campo ni en la escuela, que era mi objetivo. Estaba ahí como que en el aire… Es la época que… Es una cosa que tengo que agradecer, no recuerdo ninguna etapa de mi vida que yo diga "qué horrible". No sé si es una inconsciencia o si es una bendición, pero realmente no recuerdo ninguna etapa de mi vida. Esta etapa es la que recuerdo con más - yo le llamo, porque no sé como denominarla - inestabilidad, donde más desacomodada me encontré.
Hacer nuevas amistades, el hecho de que eras del campo... en fin, ¿no tuviste problemas de adaptación, por ejemplo, en la escuela?
Kika – No, en la escuela no. Mi etapa más traumática, con relación a la enseñanza, fue el liceo… Yo fui una adolescente muy indisciplinada. Mi padre entró a trabajar en el Banco República y era controlador de granos. El banco compraba los granos, y él tenía que controlar la calidad de los granos. Y viajaba mucho, viajaba incluso a la Argentina y dentro de Uruguay mucho, y mi madre se quedaba sola con nosotras. Y mientras mi padre no estaba, ella más o menos se manejaba. Me imagino que dirían que yo era rebelde, pobre Filenita decía la familia. No quería ir al Liceo, me hacía la rabona, cosa que en esa época era impensable, mi papá siempre me decía: “así tengas 100 años, tu vas a estudiar”. Así que yo, a pesar de hacerme la “rabona”, rendía como para poder pasar año a año. En realidad, también nos mudamos, en este medio tiempo, nos mudamos de casa, y había un colegio de monjas que eran hermanas alemanas y eran terriblemente disciplinadas. Para mí, ahí, fue un choque muy importante entre su disciplinamiento, que era sumamente rígido, y mi forma de ser. Discutía con ellas, una cosa que no se veía bien, llamaban a mi mamá para decirle. Mi hermana estaba en el mismo colegio que yo, sin embargo ella no tenía ningún problema. Y, al final, un día la directora le dijo a mi mamá que era mejor que buscara otro colegio para mí... Se ve que no querían expulsarme, pero tampoco querían soportarme. Eso era clarísimo.
¿Qué era lo que cuestionabas en la escuela?
Kika – Nada. Yo tenía como enfrentamientos, si yo entendía que no era justa una situación, la planteaba, y eso, en esa época, no era muy común. Era bastante extraño.
¿Cuántos años tenías, Kika, en esa época?
Kika – En esa época, tendría 15, 16 años. Y terminé el Liceo en otras monjas, porque, dado que mi familia era católica, yo a otro lado no podía ir, tenía que ir a las monjas. Tampoco de esas situaciones me arrepiento, porque me dejaron una fe fuerte, me hizo una fe crítica. Y yo creo que es muy necesario, para nosotros los católicos, tener una visión crítica de nuestras jerarquías eclesiásticas.
Entonces, ¿crees que la fe crítica fue una influencia de quién...?
Kika – Tiene que haber sido... Estas monjas eran mucho más liberales, eran dominicas españolas que, a pesar de que uno piensa que en esta época todavía estaba Franco, las monjas que venían, venían muchas de España, sin embargo, no se hacía sentir nada de eso. Era un colegio muy libre, tenía espacios muy abiertos, con parques, fue un colegio que yo disfruté mucho. Y ahí terminé bien mi secundaria.
¿Y era un colegio sólo de mujeres, de niñas?
Kika – Sólo de mujeres. En esa época los colegios eran sólo de mujeres o varones. Pero pienso que, de alguna manera, yo no sé cómo, estas monjas tienen que haber dado elementos para que yo fuera viendo de otra forma mi fe, poniéndola en otro lugar que no era dentro de la iglesia de todos los domingos a rezar, sino en los lugares realmente que creo que Cristo quisiera que estuviera. (RISAS).
Tu mamá, tu abuela, ¿eran religiosas?
Kika – Eran, eran religiosas las dos. Y, además de la escuela, vivir en la ciudad... ¿
Cómo era? ¿Salías, paseaba, ibas a fiestas?
Kika – Sí, tenía amigas. En esa época, las fiestas más comunes eran los cumpleaños de 15. Donde nos preparábamos todas. Mi papá, en esa época, como que marcaba mucho mi vida con sus celos de padre, todo bien mientras no hubiera noviecitos, ni nada. Recuerdo que para mis 15 años me habían regalado unos zapatos con un taquito así y él me dijo: "hasta los 18 años tú no te los pones". Y me crecía el pie, iba a morir en la demanda y no iba poder ponerme mis zapatos de taco alto. Entonces yo salía de mi casa para encontrarme con mis amigas, que íbamos a pasear, y llevaba en un bolso los zapatos de taco alto, salía de mi casa con zapatos de taco bajo. Daba vuelta a la esquina, me cambiaba los zapatos y salía. Y volvía a casa con mis zapatos bajitos otra vez. Pero, mi papá…pienso…en otras cosas era como un hombre liberal, hablábamos mucho de política con él, de política partidaria, con él y con mis tíos. Tenía siete hermanos mi padre, y se hablaba mucho de política en mi casa, y curiosamente mi padre pertenecía a un partido y mi madre a otro. En general, la mujer en esa época se asimilaba a la orientación partidaria del marido, y mi madre votaba a quien le parecía y mi padre votaba también a quien le parecía. Y él le tenía mucho afecto a su partido, hasta que en una oportunidad el partido tenía candidatos que a él no le gustaban.
¿Cuál partido?
Kika - El Partido Nacional era casi como el partido de mi padre. Los hombres tenían una divisa blanca que decía algo así como "probidad arriba y regocijo abajo". Quiere decir que los hombres tenían que ser muy respetuosos y muy morales para que hubiera regocijo en el pueblo. A mí, esto me gustaba muchísimo. Y sin embargo, el partido Colorado, en la etapa del Presidente José Batlle y Ordoñez, que es del pueblo donde yo vengo, hizo cambios sociales muy importantes. Entonces, como que yo estaba entre San Juan y Mendoza. Pero ese era el ambiente de mi casa, yo lo considero un ambiente muy libre en un país donde esas cosas eran muy rígidas, las familias eran Blancas o las familias eran Coloradas, eso de cambiar de partido era casi pecado mortal. Entonces, yo me crié en ese ambiente y mi padre aún era muy abierto. Mi madre también, dentro de toda su forma muy moral, que yo a veces hasta digo moralina, pero era muy condescendiente con determinadas situaciones. Pero, con nosotros, mi padre no era tan liberal, sobre todo conmigo, que era la mayor; después, mi hermana como que ya tuvo el camino más hecho. Pero, en realidad, me doy cuenta de que eso fue una de las cosas que influyó mucho para que nosotras tuviéramos esa forma muy liberal de pensar, fue la formación que recibimos en casa.
¿Ustedes, en tu casa, ya discutían la cuestión de la mujer?
Kika – No. Eso como que no, no se soñaba. Había ciertas cosas, por ejemplo, cuando fui más adulta, que tenía como 19, 20 años, empecé a fumar. Tenía una tía, hermana de mi padre, que fumaba, eso tampoco fue una bandera mía sola, era una bandera que yo tomé de otra mujer. Y esa tía mía también era una mujer muy liberal, una mujer muy libre, muy libre para expresarse y tenía muy buen ambiente.
¿Esa tía es hermana de tu madre?
Kika – No, era de mi padre. Única hermana de mi padre. Las hermanas de mi madre eran más como mi madre, fueron todas mujeres y criadas como muy mimadas, muy atendidas, muy protegidas.
Kika, ¿y los enamorados? ¿Cómo fue que conociste a tu marido?
Kika – Yo tuve unos cuantos enamorados, no fui una mujer de encontrar, como Verónica, un sólo hombre para noviar. En esa época, se tenía novio. Pero, me parece bárbaro haber tenido la oportunidad de conocer distintos muchachos, de saber que no todos los muchachos, porque eran buenos mozos, eran bárbaros. Una fue como que aprendiendo a apreciar otras cosas más que aquellas figuras lindas que aparecían en el baile y me invitaban a bailar. Y, a mi marido, yo siempre le digo lo mismo: no me casaría nunca más, pero si me fuera a casar de nuevo, me casaría con él mismo. Él se ríe, porque siempre le digo eso, pero es verdad. No volvería a casarme. Porque la convivencia es difícil. Y aprender a convivir, cuando en realidad uno puede ser dueño de todos sus actos, es una cosa que… Y si fuera hombre tampoco, porque los hombres se suelen casar mucho más que las mujeres después que se quedan solos. Creo que no saben vivir solos. Yo, eso lo tengo clarísimo. Lo concreto es que a mi marido lo conocí a través de unos amigos, nos encontramos un día casual y estuvimos seis años de novios. Seis. Fue una etapa muy linda, una etapa de novios preciosa, irresponsable, sin preocupaciones, sólo encontrarnos, ponernos lindos para encontrarnos. Yo creo que es una etapa que se tiene que disfrutar mucho y bien, y nos casamos después de seis años de novios. Yo tenía 24 y él también. Antes de casarnos, un año antes, él trabajaba en una barraca de la familia. La barraca es un lugar que tiene madera, artículos sanitarios, de todo, para la construcción. A él le gustaba muchísimo salir para el campo, hacer campamentos, cazar, pescar, todo ese tipo de vida. Bueno, conversamos y decidimos que nos íbamos a vivir al campo. Y buscamos durante un año. Los papás de Rodolfo eran personas que estaban en muy buena posición económica, nos regalaron un departamento cuando nos íbamos a casar. Nosotros vendimos el departamento para podernos comprar un pedazo de tierra. Primero, pensábamos, vamos a hacer este criadero de gallinas. Después, vamos a hacer un criadero de cerdos. Nada encontrábamos como para estar más o menos cerca de la familia. Y, al final, una persona nos ofreció un campo y lo fuimos a ver y había un tambo instalado. Un tambo es de producción de leche. Lo concreto es que ahí fuimos a dar mi marido y yo, que no sabíamos nada de lechería. Yo sabía algo de ganadería, por la experiencia familiar. Y mi marido no sabía nada de nada. Pero nosotros queríamos instalarnos en el campo. Había una casa muy, muy modesta, y la verdad es que no tenía ni baño ni cocina la casa, era habitación y habitación, las personas que vivían ahí se ve que no lo necesitaban. Y nosotros compramos el tambo y nos hicimos un baño, una cocina y nos instalamos en la casita, que yo quería mucho. Los dos habíamos vivido en buenas casas, pero si la intención nuestra era vivir ahí y esa era nuestra casa, entonces teníamos que quererla y asumirla como nuestra casa. Entonces, él decía: "no invites a venir a la gente, mira donde vivimos". Yo decía: "el amigo que quiera venir va a venir y la va a pasar bien, porque vienen a vernos a nosotros. Si se va a fijar donde vivimos, no es tan amigo y dejará de venir". Los amigos se mantuvieron siempre en contacto. No perdimos nada más que la luz eléctrica, que no tenía la zona. Al principio, tampoco teníamos agua corriente que nos llegara a la casa. Pero yo siempre digo que doy gracias a Dios por esa oportunidad. Me enseñó a vivir sin esas cosas, el día en que las tuvimos de vuelta las disfruté como si nunca las hubiera tenido. Nosotros teníamos faroles a querosén para alumbrarnos. Un día, empezamos a limpiar alrededor de la casa, a sacar cosas, y empezamos a encontrar unos faroles y calentadores para cocinar que estaban enterrados - en esa época, eso se llamaba "primus". Tenía una especie de ornadita de soporte que era donde se calentaba comida, cosas. Fui y le pregunté a una de las personas que se quedó a trabajar con nosotros, porque realmente no sabíamos del trabajo casi nada, y le digo: "Negro, que pasa aquí, acá hay tantos faroles y tanto ‘primus’?” “¿Ahí?”, dice, “porque Juan, (que era el anterior dueño de la casa) cuando se le prendía fuego lo sacaba para fuera y los tiraba”. Entonces, de ahí por delante, yo empecé a sacarlos y los prendía afuera, por lo menos no lo voy a tener que tirar. Y así fuimos haciendo nuestra vida, aprendiendo a trabajar, mi marido es un hombre muy inteligente. Aprendiendo de los productores vecinos y buscando información en la biblioteca, iba a todos los lados, consultaba técnicos... y fuimos aprendiendo a trabajar así, sobre un rubro que era absolutamente desconocido. A mí me apasiona, porque es complicado, todos los días aparecen cosas que resolver. El dinero entra por la leche pero sale por los insumos, mucho. Entonces uno tiene siempre que estar haciendo equilibrio. Yo recordaba que la ganadería era para mí una cosa más periódica, cada tanto había que hacer tal cosa, cada tanto había que hacer tal otra, lo más cotidiano era recorrer los animales, ese tipo de cosa. Pero, no era ese trabajo de todos los días, todo el día. El ordeñe se hace dos veces al día. Es una cosa dinámica… a mi me apasionaba y me apasiona. Y así fueron pasando los años, tuvimos a nuestras hijas. Lindas hijas.
¿Ustedes trabajaban solos?
Kika – ¿Si trabajábamos solos? No, teníamos otras personas. Nosotros, cuando compramos el campo, la condición para entregarlo, porque tal vez hubiéramos hecho otra cosa, pero la condición era comprar la tierra y el ganado. Había una persona ahí. Era una buenísima persona, yo siempre le preguntaba: "Usted, ¿por qué no compra el campo?" Hacía muchos años que estaba ahí. Y no me gusta pensar que estoy quitándole tierra a nadie, me pongo en el lugar de esa persona. Y le preguntaba, aún antes de nosotros concretar el negocio: "usted, ¿por qué no compra el campo?" "No", decía, "si no lo puedo arrendar, no lo quiero comprar". Era como una especie de capricho. Porque después él salió de ahí, se fue y se instaló en otro lugar. Que ese lugar sí lo compró. Entonces, nunca entendí muy bien qué mecanismo lo hacía actuar de esa forma. Fuimos introduciéndonos en la producción, fuimos criando a nuestras hijas, hasta que empezaron ellas también a estudiar y hubo una etapa que, bueno, tenían que ir a la escuela y después aspirábamos a que fueran a hacer secundaria y si querían hacer alguna carrera la hicieran. La escuela rural de la zona tenía muchas limitaciones. Fue una etapa bastante complicada.
¿Con sus hijas?
Kika – Sí, con las hijas. Si nosotros las llevábamos a la escuela, al centro poblado, era como si tuviéramos que trasladarnos todo el día en la carretera para llevarlas y traerlas. Entonces, mi madre decía “¿por qué no las traes a Montevideo y van a la escuela?” A mí me costó mucho esa decisión, y a Rodolfo también. Nos costó enormemente, porque había como una dualidad ahí. Yo quería que ellas aprendieran a querer el lugar que era nuestro lugar. Y me parecía que era bueno mandarlas a Montevideo por su formación. Entonces optamos por llevarlas los lunes a Montevideo y los viernes las traíamos. Entonces, a mitad de semana, uno u otro íbamos para estar con ellas, para que sintieran que estaban acompañadas. Mi mamá era una abuela maravillosa. Tan maravillosa que creo que las mimaba demasiado. Sí, porque les hacía todos sus gustos. Pero creo que también eso les hizo bien, porque aprendieron a saber que todas las cosas no se pueden y que esas otras cosas son como regalos. Como cosas que se dan por determinada situación. Creo que tengo unas hijas excelentes.
Kika, tu marido siempre vivió en la ciudad. Estoy curiosa por saber sobre ese cambio, al inicio sin luz eléctrica, sin agua corriente. Tú ya habías vivido en el campo... háblanos un poco sobre eso.
Kika – Yo creo que mi marido estaba impulsado por sacar eso adelante, por hacer de ese lugar lo que él fue queriendo, fue construyendo. Eso lo entusiasmaba mucho. Salía de madrugada a trabajar la tierra. Evolucionó mucho el tambo; nosotros, cuando recién llegamos, habían sólo dos pedazos de tierra sembrados. Y el resto era todo como unos arbustos, que nosotros le llamamos chirca. Para empezar a trabajarlos, uno iba adelante con el caballo y el otro atrás, con un tractor que compramos con el regalo del casamiento, cuando nos casamos nos hicieron un colectivo y nosotros con eso compramos un tractor y una excéntrica. El gran regalo ¿no? Y adelante del tractor, iba un caballo, porque aquello era como una especie de mata, baja, pero no tan baja que permitiera ver el suelo. Y fuimos como que transformando el campo. Era fantástico ver sembrado y todo verde. Era una maravilla. Ver crecer las plantas que habíamos puesto en la tierra. Era y es una maravilla. Yo disfruto muchísimo y pienso mucho en mis nietos, me gustaría mucho que ellos apreciaran la tierra. Cuanto más en el tiempo, creo que más valiosa va a ser la tierra. Este mundo va, como decimos en mi país, “como loco en bajada”. Va atropellando y masificando. Y vivir así en la naturaleza, pudiendo mirarla, viendo el cielo, es una maravilla. Es un regalo que hay que aprender a disfrutar.
Kika, ¿y el movimiento de mujeres? ¿Cómo entraste? ¿Cómo fue que empezó eso?
Kika – Comenzó cuando yo empecé a vincularme con las mujeres de mi zona. Y mi marido entró en una organización gremial y estábamos siempre juntos. Esa gremial tenía su sede en Montevideo, entonces, él iba a Montevideo y yo iba a visitar a mi madre y a mis hijas. Eran los martes las reuniones. Las niñas habían venido el lunes, y yo aprovechaba este día, las visitaba, conversábamos, estábamos juntas y luego iba a encontrarme con él a esa gremial. Y mi marido y yo conversábamos mucho, discutimos mucho los puntos de vista que tenemos uno y otro, los defendimos. A veces coincidimos y otras veces no, en todos los terrenos, en política, en educación, en producción, en todos los temas. Yo creo que por eso duramos juntos tanto tiempo. Realmente. Y conversábamos mucho sobre la actividad gremial de él, y cuando yo iba a buscarlo me encontraba ahí con otras mujeres y luego, cuando yo volvía a mi zona, conversaba con las mujeres de mi zona, que también es una zona casi toda vinculada a la lechería. Las mujeres se quejaban de una cosa y se quejaban de otra. Y un buen día, existía en Uruguay, parece que ahora se va a retomar, una cosa llamada la Fiesta Nacional de la Leche. Entonces, con dos mujeres, también esposas de otros gremialistas, dijimos: "¿Por qué no hacemos algo con las mujeres?" Porque a ellas les pasaba lo mismo, cuando conversan con sus vecinas, se preocupan por cómo marcha la cooperativa, la producción, nos preocupaba la educación, la vivienda del medio rural, cómo se atendía la salud "¿Por qué no proponemos a la gremial hacer un encuentro de mujeres vinculadas a la lechería en la Fiesta Nacional de la Leche?" Parecía una locura. Habíamos tenido ya relación con organizaciones de mujeres que habían estado en la época de la dictadura trabajando todos los temas de libertades, de personas perseguidas, presas. Entonces, esos vínculos nos fueron motivando también. Esas plumas no son nuestras. No nos adornan a nosotras, ya venían adornando a otras mujeres. Y así fue como nos organizamos para hacer la actividad. Ellos lo aceptaron. Recorrimos, durante unos cuatro o cinco meses, todo el país invitando para que las mujeres participaran de este evento, que era en San José, en nuestro departamento. Había llovido la mañana anterior al evento, a la madrugada, y nosotros decimos: "¡No viene nadie" ¡Vinieron 250 mujeres Para nosotros, fue una sorpresa, una impresión, un impacto; para ellos también. Recibimos el apoyo de organizaciones de mujeres que nos apoyaron para elaborar todo el programa que nosotras queríamos hacer, porque ahí se hicieron talleres con los temas de educación, condiciones de vida, vivienda, producción.
¿Qué mujeres, Kika?
Kika – Mujeres todas vinculadas a la producción lechera, trabajadoras.
¿Pero cómo fue que ustedes entraron en contacto con ellas?
Kika – Nosotras hacíamos contacto con gremiales que habían en esos departamentos. Telefónicamente, por carta, a través de otras mujeres; pero nos parecía que el vínculo, igual, lo teníamos que hacer personalmente, por eso recorrimos esa cantidad de departamentos.
¿Tú dijiste “aquellas mujeres nos ayudaron a hacer una preparación, una pauta...”, ¿quiénes eran aquellas mujeres?
Kika – Fueron mujeres de distintas organizaciones. Una organización de Melo, las Paulina Luci, otras eran de Plenu - Plenario de Mujeres Uruguayas - y muchas voluntarias. También fueron soporte las agremiaciones. Todavía no existía la red de grupos de mujeres rurales y tampoco existía la Red LAC. Esto fue en finales de los 80, en el primer periodo democrático después de la dictadura. Lo que siempre veíamos es que sólo se trataban los temas vinculados a la producción. Cuando se hablaba de desarrollo, se hablaba de desarrollo productivo. Nunca se hablaba de un desarrollo integral, que era… la persona que trabaja para producir, para tener mejor salud, mejor educación, para dar educación a los hijos. Nosotros aprendimos a valorar lo que era la educación permanente. Nos importaba muchísimo que este concepto se incorporara a todas las mujeres. ¿Qué pasaba? Las mujeres opinábamos cuando estábamos juntas. Cuando íbamos a las reuniones con los hombres, no opinábamos. Y nosotros sabíamos que tenían opinión, y opinión muy clara y muy concreta sobre las cosas. Pero las mujeres no hablan en estas reuniones. Así, fuimos a exponer junto con todo el resto de los trabajos que se habían realizado, porque eso duraba como una semana, esta Fiesta de la Leche. Cuando presentamos todas las conclusiones, nos aplaudieron mucho. Qué se yo. Al lado mío, se había sentado el Ministro de Ganadería, yo lo conocía de la gremial, y me dice: "Se trajeron una bomba". Todas orgullosas, bajamos, y dos hombres vinieron se sentaron atrás nuestro y nos dicen: "Estuvieron bárbaras, pero no las invitan nunca más". Realmente habíamos sido muy criticas de una cantidad de políticas, tanto gubernamentalmente como de la Cooperativa. Y en verdad, no nos invitaron más. Y eras tú la que hablaba en ese momento...
Eras una de las personas que estaba hablando...
Kika – Una compañera y yo fuimos las que leímos las conclusiones. A partir de ahí, la idea era promover el grupo. Porque no tenía ningún sentido que eso empezara y terminara ahí. Ahí se empezó a formar el grupo de San José, este grupo de mujeres del área rural de San José. Y después pasamos un año acompañando un grupo en el Departamento de Florida. Íbamos a ceremonias con ellas. Ahí en Florida había una mujer del Plenario de Mujeres Uruguayas, que las acompañó. Fuimos a otros Departamentos y así fueron surgiendo grupos de mujeres. Fueron años. Esas cosas no surgen de un día para el otro.
¿Sólo fue posible después de la dictadura, no?
Kika – Sí, eso fue después de la dictadura. No era fácil en la dictadura movilizarse…
Tú, que siempre has sido muy política, ¿cómo fue ese periodo durante la dictadura? ¿Tomaste partido?
Kika – Indudablemente que tomé partido contra la dictadura. En Uruguay, la situación era muy urbana. El medio rural se mantenía bastante ajeno de todo. Claramente, en las ciudades del interior había mucha gente perseguida, como en todos los Departamentos, desaparecidos. Pero la gente que vivía en el campo estaba aislada y, además, oía solamente la versión de la dictadura, de los militares. Yo tenía la "suerte" de ir a Montevideo y de ver otra realidad. Era terrible. Nosotros íbamos a Montevideo, en la carretera te paraban, te cacheaban, era una cosa muy tensionante los viajes. En realidad, uno empezó a conocer amigos, gente que había sido apresada o que se iba, fue una etapa terrible. Además, tu estabas en una reunión de familia y podían venir y golpear puerta para decir que no podía, quienes eran, quienes estaban ahí. Recuerdo una vez que nos pararon en la carretera y nos hicieron bajar, a mi marido y a mi, y nosotros cuando íbamos a Montevideo teníamos un televisorcito y lo llevábamos y traíamos en una caja. Entonces, la persona que nos revisaba nos dijo: “¿qué traen ahí, qué es eso?” Y le dijimos: “es un televisor”. Entonces, nos hicieron bajar y poner contra el auto con las manos levantadas, y un soldado empezó a “cachear” a mi marido (palpar para ver si tenía armas). Y después, venía hacia mí, a “cachearme a mí y yo le dije: "no me toque" y el tipo me miró y se dirigió a un oficial para ver que hacía y me dejaron. Pero me salió así y tuve mucha suerte, porque a mucha gente, por menos que eso, se las llevaban presas. En otra oportunidad, nosotros íbamos a Montevideo y quedaba cerca un juzgado militar. Entonces, yo estaba atracando el auto y un hombre quiso entrar antes que yo, y yo seguí atracando en auto; vino un ómnibus y lo chocó. El hombre se bajó... el ómnibus no tenía culpa, el hombre había hecho una mala maniobra. Yo me bajé del auto y me fui, se ve que el vio donde había entrado y fue a preguntar al portero donde vivía yo. Entonces, vino el pobre portero, blanco como un papel y me dijo: “usted sabe que el chofer del auto me preguntó todos sus datos...”. Dije: “no se preocupe”. Fui al Supremo Tribunal Militar: "mire, una persona que salió de acá con el auto tuvo un roce con un ómnibus ahí, yo estaba atracando y el fue a preguntarle al portero donde yo entré, que quién era yo, pero no precisa, yo se lo digo, estoy ahí en frente, si a usted le interesa, yo soy fulana de tal". Y había un militar, que vivía abajo, que era un militar de la dictadura, y dije "si quiere, pregúntele al coronel fulano, él va a dar los datos". "No, señora", me decía.
Kika, antes de ese movimiento que resultó en ese grupo, ¿ya participabas en alguna organización?
Kika – Con la apertura de la democracia, empezaron a surgir... no a surgir, porque estos movimientos ya estaban, pero empezaron a hacerse más visibles y algunas mujeres ya nos habíamos vinculado con esas mujeres, y ahí fue como naciendo esa semilla. Todo tiene su por qué. Nada sale de la nada.
Y entonces ese grupo se organiza, y para ti, en tu vida, ¿cambió algo?
Kika – Me fui involucrando en el grupo, organizándonos para eso que queríamos, para aprender, para desarrollarnos, para poder después incluirnos con más propiedad, con más fuerza y con más conocimiento. Porque una de las cosas que usaban como descalificativo era "vos, de eso, no sabes nada". Con relación sobre todo a lo productivo, al funcionamiento de la Cooperativa. Las mujeres trabajaban en los predios, pero no estaban incluidas en la programación del trabajo, en el proyecto de producción, esas cosas las hacía el técnico con el dueño de casa. En la opinión de ellos, era inconcebible que las mujeres se incluyeran en estas propuestas: qué vamos a sembrar, dónde se va a trabajar la tierra, qué se va a comprar, qué inversiones se van a hacer. Empezaron, en ese momento, aquellos paquetes tecnológicos. Los paquetes tecnológicos venían a los países, y si no se hacía aquello, eras un ignorante y además te ibas a fundir, si no comprabas un tractor de última generación, si no traías las semillas de acá, si no... Todas esas cosas las traían los técnicos, nuestros propios agrónomos y veterinarios. Mucho de esto fue responsable del endeudamiento del agro y, después, vinieron devaluaciones, crisis... La producción bajó sus precios. En un momento dado, la leche llegó a bajar un 47% su precio y había que sostener estos créditos con devaluaciones muy importantes. En general, las mujeres estaban excluidas en estas propuestas que se hacían, tal vez porque nosotras entendíamos que no hacía falta esto, que se podía trabajar de otra manera.
Ustedes tenían propuestas para la producción, eso es lo que estás diciendo. Pero no las escuchaban...
Kika – No, porque las mujeres no participaban. Se organizaron grupos de productores. Las mujeres servían la mesa y hacían la comida en las reuniones mensuales, pero no participaban.
¿Las mujeres trabajaban en la producción, Kika?
Kika – Sí. Habrá excepción con los productores grandes. A veces, igual trabajan las mujeres, por lo menos, están involucradas. Pero, en el pequeño y mediano productor, la mujer trabaja en los predios.
¿Tú trabajaste en la producción?
Kika – Yo trabajo en la producción.
¿Hasta ahora?
Kika – Si no trabajara, me moriría. Sí, yo trabajo en la producción.
¿Y tu marido?
Kika – Con él, yo no estoy sola.
Pero, ¿cómo fue en esa etapa, en el inicio?
Kika – No fue fácil. Yo lo acompañé en su período de gremialismo. Y me costaba. Al principio, tenía que hacer la comida para salir, dejar las cosas más o menos organizadas... No fue un proceso muy largo. Ahora, si él tiene que resolver en la casa, se resuelve. Si tiene que, más o menos, organizarse, se organiza. Ha habido un cambio para los dos, sí.
Dijiste que en ese movimiento las mujeres no tenían voz, ¿cómo se fue desarrollando eso?
Kika – Nosotros entendíamos que teníamos que aprender... tener un aprendizaje para poder defendernos. Porque el problema no era que no podíamos hablar, era que nosotras mismas teníamos una represión, como que nos auto-vetábamos. Entonces, empezamos a participar. Hacíamos talleres para analizar la situación que podíamos plantear, habían dificultades, sobre todo en el tema de lo productivo, que era donde más podíamos caer en algún error que, en nosotros, era imperdonable... en los hombres todo se admitía, cualquier disparate podía se admitir. Siempre digo lo mismo: las mujeres tenemos que dar examen para todas las cosas y salir con sobresaliente. Los hombres pueden ser el desastre que sea, que nadie les toma cuenta. Y a las mujeres, Dios mío, se las marcan con el dedo si ponen la mano en lugar equivocado. La verdad es que esto lo teníamos claro, que teníamos que, no tanto aprender lo relacionado con la producción, porque nosotros lo vivíamos, lo trabajábamos, sino la forma de plantearlo y la fuerza para plantearlo, eran las cosas que realmente sentíamos necesidad.
Y hoy, Kika, ¿cómo está esa relación?
Kika – No, hoy vamos y planteamos las cosas con seguridad. Sabemos discutir los temas, defender nuestras posiciones. Yo creo... me encantaría que muchísimas más mujeres se involucraran. Pero aunque no se involucren en el funcionamiento del grupo, cuando el grupo programa una cosa, participan y van. Hacen sus talleres y entonces es un paso... no el que nosotras quisiéramos, pero es un paso. Pero todavía quedan mujeres que vienen y se nos acercan y nos dicen "ustedes que saben hablar". Y siempre decimos "todas sabemos hablar, sólo tienen que decir lo que ustedes quieren decir con las palabras que ustedes tienen para decirlo”. Porque es un tema bien interesante, en general la gente que viene de "arriba" trae discursos, palabras más adornadas, y nos han acostumbrado a que para decir las cosas tenemos que tener ese estilo. Y nosotros creemos que, al revés, nosotras tenemos que imponer este estilo, que es un estilo auténtico, legítimo, que, además, está relacionado con la realidad, con lo que se vive. Entonces, estas cosas las están entendiendo. Las reivindicaciones de las mujeres de la zona rural son semejantes a las de la zona urbana.
¿Existe un contacto entre los grupos?
Kika – Sí. Nosotras estamos en una organización que se llama Comisión Nacional de los Compromisos de Beijín, de seguimiento de los compromisos de Beijín. Y en esa organización nos encontramos mujeres de las zonas rurales y urbanas; en realidad, nos encontramos en esas instancias. Tenemos temas en común, por ejemplo, el tema de la salud es un tema en común. No lo podemos resolver de la misma manera, es muy distinto atender la salud en las zonas urbanas que el la zonas rurales, por más que las dos tengan deficiencias.
En la educación igual, no es lo mismo resolver la educación en el medio rural que en el medio urbano; en el medio urbano siempre hay escuelas cercanas, si llueve o no llueve van por un camino que está en condiciones. No van con el barro, ni tienen que salir un, dos, tres kilómetros para ir a la escuela. Entonces, en estos temas tenemos puntos en común y tenemos, también, nuestra diferencia de solución. Y en lo productivo es muy diferente, porque en general esas mujeres, algunas son sindicalizadas. Yo diría que recién ahora, hace pocos años, que el agro mira hacia los sindicatos un poco con curiosidad y muchas interrogantes, porque antes veía un poco de revolución, de conflicto y de problema. Siendo que los rurales tienen gremiales, pero tienen otras características. Lo concreto es que sí tenemos vínculos, pero no vínculos estrechos. Es necesario conocernos mutuamente, porque a nosotros nos parece que trabajamos más, que tenemos más dificultades de una cantidad de cosas y cuando escuchamos a las mujeres urbanas, las pocas veces que tenemos oportunidad de escucharlas, vemos que ellas también tienen dificultades. Otras, pero tienen dificultades. Que también tienen carencias, otras, pero que también son carencias... Hay trabajos terribles, yo tuve oportunidad de ver mujeres trabajando en la pesca, en las empresas que procesan pescado, es terrible, y son mujeres que viven en barrios alejados, que tienen que salir de madrugada y volver de noche, para mí fue muy emocionante y creo que estas cosas sería bueno que todas las conocieran y que ellas conocieran también cómo trabajamos en invierno, con agua, lloviendo, porque permitiría comprendernos mejor en algunas cosas.
Kika, ¿y cómo fue que conociste la Red LAC?
Kika – La conocí a través del encuentro de San Bernardo - este tan bendecido encuentro, por lo menos por mí, porque me permitió el contacto con Vanete. Ustedes sabrán Vanete es una mujer especial, muy especial. Si hubieran más mujeres - no muchas más, porque sería un milagro - si hubieran más mujeres como ella los movimientos de mujeres rurales habríamos avanzado mucho.
¿Por qué dices que ella es especial?
Kika – Primero, porque tiene un conocimiento de todos los temas que hacen a la mujer rural, que están como adentro, ella sabe como afloraron. Es una mujer con una gran sensibilidad y tiene una personalidad muy fuerte, que no la hace sentir más que contadas veces y con mucha administración por parte de ella. Es una mujer excepcional, muy valiosa para el movimiento, imprescindible para la Red, por lo menos ahora, tiene que aparecer algún milagro. Es una mujer que, realmente, la aprecio por todas esas cualidades y la aprecio como persona, como mujer, como ser querido. Realmente, a mí me conmueve, me enseña, tiene cosas que es difícil de expresar.
Y fue en ese encuentro...
Kika – Nosotras estábamos un poco perdidas, las mujeres rurales. Uruguay fue con una delegación de diversas organizaciones, no éramos todas rurales. Las rurales éramos poquitas e íbamos de un lado para el otro, parecíamos, como dicen, gallinas locas. Íbamos corriendo para un lado y para el otro. En este ritmo de cosas, encontrábamos cosas que jamás habíamos soñado. Aprendimos mucho de la diversidad. Ese encuentro nos enseñó a hablar de cosas que no hablábamos, como la homosexualidad. Vimos ceremonias indígenas que jamás habían pasado por nuestros ojos. Muy impactante, los indígenas trasmiten su fe, su creencia. Ellos son parte de la tierra... Creo que ellos tocan, ese contacto se convierte en la madre tierra. Estas cosas, para nosotros, fueron impresionantes, pero no podíamos hablar de esas cosas que nosotros queríamos hablar: cuál era nuestra situación, contar cómo vivían las mujeres rurales uruguayas... y había otras mujeres rurales. Entonces apareció este bendito cartel de que las mujeres rurales de Latinoamérica íbamos a reunirnos en este lugar, en este salón...
¿Cómo se llamaba ese encuentro en San Bernardo?
Kika – No me acuerdo cual era, si era el IV Encuentro Feminista de San Bernardo. Porque, en realidad, estas organizaciones uruguayas eran organizaciones feministas, que también nos enseñaron mucho. No es verdad que todas las feministas son como unas locas inadaptadas, que era la figura que daba la prensa. Me acuerdo que además preguntaban "¿usted es feminista?", de una forma como si fuera algo malo. Era muy chocante. También dentro del feminismo hay diversidad, el feminismo es un concepto en el cual también se mueven distintas formas de vivirlo. Y algunas de las compañeras que fueron de Uruguay, rurales, estaban muy vinculadas con el tema feminismo. Fue como si se abriera una puerta enorme de un mundo desconocido, pero que existía y tenía una cantidad de cosas que a nosotros nos tocaba, pero había otras que eran impensadas. Para nosotras, ese encuentro fue realmente una cosa importante.
¿Y encontraron el cartel del taller?
Kika – Fue fantástico. La verdad es que, en ese mismo encuentro, las mujeres uruguayas que habíamos de otras organizaciones dijimos: “bueno, hay que hacer una red de grupos de mujeres rurales de Uruguay, porque es la única forma de poder llegar bien y democráticamente organizadas”. Porque a veces yo puedo decir, somos las mujeres rurales de Uruguay y no ser. Estas cosas pasan. Así, en el mes de febrero del año 91 se constituyó la Red del Grupo de Mujeres Rurales de Uruguay.
Pero cuando ustedes vieron en el cartel que habría una reunión de las mujeres de América Latina...
Kika – Nos metimos. No teníamos más dudas. Ahí, encontramos a Vanete, preparándose con algunas cosas, nos sentamos en el suelo, casi todas... porque el lugar estaba como improvisado, pero el contenido fue impresionante. Además, encontré mujeres de otros países. Para nosotras, que recién empezábamos, hacía tres, cuatro años, que estábamos dando como que los primeros pasos, encontrar mujeres y organizadas fue muy importante. Yo siempre digo que los países, Brasil, Bolivia, Perú, esos países, tienen una organización que nosotros, los países europeizados, no teníamos absolutamente. Y aún no tenemos, aún no tenemos la fuerza que tienen ellos.
Y entonces ustedes empezaron a organizar el primer encuentro internacional de la red, el 1º Enlac. ¿Cómo fue esa organización?
Kika – En realidad, quedó como una propuesta de esa reunión de San Bernardo. Sería fantástico que las mujeres rurales tuviéramos nuestro encuentro de mujeres trabajadores rurales de América Latina y del Caribe. Decimos: “es un sueño”. Bueno, es un sueño, vamos a tratar de cumplirlo. Siempre pienso que ahora está muy de moda desmerecer las utopías. Creo que las utopías son imprescindibles para que uno tenga esa meta que le permita avanzar. Yo creo que desmerecer las utopías es una cosa calculada para que la gente no tenga metas, ideales; reivindico mil veces las utopías.
Y cuantas ya se concretizaron, ¿no?
Kika – Uno idealiza... Hubo un espacio que lo llenaban las mujeres brasileñas pobres, digo pobres sin ser nada pobres, porque tienen fuerza, poder, pero eso por el esfuerzo que han hecho y siguen haciendo. Nosotras compartimos, pero el mayor esfuerzo está puesto en la secretaría de la Red LAC, y lo llevan adelante las mujeres brasileñas. Nosotras estamos muy agradecidas. Y hubo ese primer encuentro.
¿Hay algún hecho destacado que hayas vivido en ese primer encuentro y que quieras señalar?
Kika – No es fácil decirlo, porque fueron muchos instantes. La llegada, los abrazos con las mujeres que ya conocíamos... Los momentos difíciles de resolver. Todo el encuentro fue muy conmovedor. Ver llegar a las mujeres. Como decían las compañeras todas: "yo, lo más lejos que había ido era a Buenos Aires". Y Brasil, siempre que habían venido había sido por tierra. Hacer un viaje tan largo, desde Uruguay hacia Fortaleza. Llegar a São Paulo. Yo, por suerte el primer viaje bajé en Río, el aeropuerto es como más… no voy a decir acogedor, pero parece como espacios más chicos. Cuando llegué la segunda vez, al aeropuerto de São Paulo, a mí se me venía el mundo encima, el aeropuerto y la gente. Porque, realmente, yo cuando había ido a Buenos Aires en avión, había bajado por una escalerita. Acá, era todo nuevo. Entonces, cuando las mujeres decían: "yo no puedo", decíamos: "sí, pueden, porque todas pudimos". Es así, así, tenemos que ayudarlas a entender que nada que otra mujer haya hecho ellas, si quieren, ellas lo pueden hacer. Es fundamental que esto lo tengan claro. Porque nosotras también lo aprendimos. A nosotras nos lo enseñaron, y no somos ni brillantes, ni genias. Somos mujeres como ellas y tienen cosas maravillosas. ¡Las cosas que yo he aprendido con las mujeres del campo, más humildes, más modestas… Eso no lo voy a aprender en ninguna universidad, no lo voy a aprender en ningún lugar donde me siente en un banco. Eso está ahí, y hay nada más que acercarse, porque son muy generosas.
Y entre el primer y el segundo encuentro, cuéntanos un poco del proceso...
Cuéntanos un poco de cómo quedó el movimiento en el Uruguay, de tu participación y de esa relación con la red.
Kika – En Uruguay, hubo como una decantación. Hubieron algunas organizaciones que se retiraron. Nosotros, cuando volvimos del primer encuentro, tratamos de organizar una comisión que llamamos la Delegación Fortaleza. En honor al primer encuentro que había sido en Fortaleza, parecía un nombre bien significativo. Y de ese núcleo de organizaciones que estaban ahí se bajaron algunas. La Red LAC es un espacio de fortalecimiento de las organizaciones; además, ha sido siempre sumamente respetuosa de esas organizaciones, les ha dado a todas el mismo lugar. Entonces, nos parecía incomprensible, pero era decisión de ellas. Para nosotros, perdían ellas. Así como salían, podían entrar, y quedó un núcleo de tres organizaciones. Y fuimos las que nos preparamos: la Red de Grupos de Mujeres Rurales de Uruguay era como la que convocaba, porque así lo decidieron las otras organizaciones. Eran responsables de todo el tema del vínculo con la Red LAC, ellas se asimilaban y compartíamos lo que viniera de la Red LAC. Esas organizaciones fuimos las que nos preparamos para venir al segundo encuentro. Ese grupo que vino fue mucho más sólido y ha quedado mucho más comprometido. De hecho, nos hemos reunido, hemos buscado instancias para difundir lo que pasó en el segundo encuentro. En el primer encuentro fue muy costoso por esas controversias. Pero ese grupo es un grupo mucho más consolidado.
Ese que vino para el segundo encuentro...
Kika – Sí, vino la Red de Grupos de Mujeres Rurales, yo voy a nombrarla primero, pero no que sea más importante que las otras; después vino Cooperativas Agrarias Federadas, vino el Movimiento de Juventud Agraria y vino la Federación Rural.
Dijiste que algunos grupos querían salir de la red porque creían que la red podía fragilizar...
Kika – No sé, en realidad… Eso es una impresión mía, no es una cosa que yo haya constatado ni nunca se haya manifestado explícitamente. Pero, de hecho, las convocábamos y no asistían, hasta que terminamos por no convocarlas más, porque era un permanente invitar y no responder. En realidad, se alejaron sin definición. Es que la Red es un espacio para todas las organizaciones, nosotras invitamos otras organizaciones que no vinieron y que para nosotras eran muy importantes. Por ejemplo, hay una organización de colonos, que hemos tenido contacto con las mujeres, era muy importante que vinieran. El problema, en este caso, pienso que fue también económico. Porque nosotros repartimos los pasajes que habían llegado para las organizaciones, planteándoles que pagaran el 50%. En realidad, era una organización muy importante, pero que ha tenido situación económica también fuerte y no vinieron. Pero para nosotros es compromiso que ellas se incorporen a la Red LAC, porque son muy representativas de un nivel de productores que nos interesa tener: esos productores que están en la tierra, que colonizan, que viven en una situación complicada, que es una situación bastante general. Así que para nosotros es una incorporación importante.
Kika, me gustaría entender esa organización. ¿Los grupos mandan coordinadores, mandan representantes? Hay una jerarquía en esas organizaciones.
Kika – No. En esta organización que se hizo para venir al encuentro de la Red LAC participan mujeres rurales. No hay coordinadora.
No hay coordinadora, no hay…
Kika – En la Red de Mujeres Rurales tampoco “hay”. Las propias mujeres somos las que trabajamos, las que hacemos los contacto para los proyectos etc. Y quienes vienen a los encuentros los indica el propio grupo, no puede venir todo el mundo.
¿Lo hacen de esa forma?
Kika – Por ejemplo, la Red de Grupos de Mujeres Rurales de Uruguay tiene esas instancias. Tiene una asamblea anual, tiene, cada dos meses, una asamblea de delegadas y, después, las comunicaciones que podamos tener cuando se tiene correo electrónico; si no, nos hablamos por teléfono. Nos convocamos si hay alguna cosa que haya que hacer representación, quién puede ir...
Y van discutiendo...
Kika – Se discute en las asambleas de delegado. Se coordinan las cosas en las asambleas de delegado. Ahí también se intercambian experiencias. Eso ha dado lugar para replicar experiencias, sobre todo en el tema de la salud, educación. Se han replicado experiencias bastante interesantes.
¿Y qué fue lo que cambió en tu movimiento al participar en la Red LAC?
Kika – Cosas muy importantes Nos permitió irnos interiorizándonos de la realidad de otras mujeres de América Latina y del Caribe, una cosa impensada para nosotros. Pero era como tocar el cielo con las manos. Del primer encuentro, no había palabras para expresar toda esa riqueza que se abría, toda esa diversidad... era una cosa maravillosa. Y después el contacto que quedó, las compañeras de distintos países se comunican y transmiten cosas que llevan a la Red, que comparten. En realidad, es un crecimiento, un crecimiento que, además, para mí, recién empieza. Recién nos estamos dando cuenta de la dimensión que eso puede tener. Y hay que no sólo preservarlo, sino que estimularlo y ayudarlo a crecer.
Eso incluso entre un encuentro y otro...
Kika – Sí, sí. Ahora ustedes se están organizando para el tercer encuentro.
¿Quieres hablarnos un poco de este momento? ¿Cómo está todo?
Kika – Nosotros creemos que tenemos que hacer un análisis bien profundo de las cosas del segundo encuentro. Analizar bien. Volver a analizarlo, porque hubo una evaluación, pero yo creo que deberíamos volver a evaluar, analizar cuáles han sido nuestras dificultades. En este encuentro, curiosamente, hubieron situaciones complicadas dentro de la coordinación internacional y, por fuera, quedo toda la participación de las mujeres. Participaron espléndidamente bien, trajeron cosas maravillosas y eso hacía el encuentro real. Tenemos que analizar eso para saber dónde estuvieron los problemas. Porque yo soy de la idea de debemos responsabilizarnos de lo que somos. Tenemos muchísimas ilusiones sobre el tercer encuentro. Primero, porque el lugar geográfico nos parece que nos va a permitir una mayor participación, porque las personas que están involucradas en la organización nos parecen responsables, comprometidas. Sobre todo, muy comprometidas. A veces, uno es responsables de cosas muy puntuales, pero cuando hay eso interior que a uno le empuja, casi como que diría que tenemos garantía. Y, realmente, lo que tenemos que hacer es revisar los temas, si bien hay temas que vamos a volver a tocar, porque las cosas se repiten, lamentablemente. Ojalá de encuentro en encuentro se resolvieran los problemas y no tuviéramos que volver a pasar esto. Vamos a asumir otros, tendremos que incursionar en algunos temas. Hoy estuvimos hablando de algunos de ellos, la incorporación de la mujer joven es muy importante, muy importante. La verdad es que, no sólo por darle esa vitalidad, esa chispa que trae la gente joven, sino porque a nosotras nos van a llevar en carritos como momias. Estamos en un momento de la sociedad en general complicado. Son mujeres comprometidas con sus hijos, con sus familias. Verónica, por ejemplo, tiene cuatro hijos, tiene a su esposo, trabaja en la tierra y trabaja en una tarea con productores rurales que le lleva mucho tiempo. Y está acá y estuvo en el encuentro. Ella ha comprendido el sentido de esto y a mí me preocupa la suma de compromisos y los tiempos. Y cómo se da, porque es así, que las mujeres traen diversos problemas, diversos contextos de otros países, y cada país resuelve su cuestión social de una forma.
Yo me pregunto, ¿ustedes tienen una pauta en el encuentro, tienen una reivindicación y tienen personas actuando - de la Red LAC, por ejemplo - en el Congreso? ¿Tienen personas que llevan las reivindicaciones?
Kika – Porque también se participa luego del encuentro. Por ejemplo, la Marcha de las Margaritas, que sé yo, congresos en Chile, te nombro así de memoria… Se participa en estas instancias y también se visitan lugares donde se involucran otras organizaciones. Vanete ha recorrido, y otras compañeras han ido a otros lugares. La Red se está promoviendo así ahora, a lo mejor mañana nos organizamos de otra manera. Una de las ideas, que por lo menos Uruguay tiene como propuesta, es que antes de los encuentros internacionales, podemos hacer encuentros regionales. Hemos conversado con Vanete, pero no hemos podido manejar la idea para ver cómo lo concretiza; ella está de acuerdo. Porque no es lo mismo que tú hagas un encuentro en tu país y luego el resultado de ese encuentro lo manejes con Argentina, Brasil, Chile, Paraguay, el Cono Sur, que se vaya de este encuentro nacional al gran encuentro. Nos va a dar otra seguridad, otra contundencia, digamos, de posiciones regionales. Incluso, de cosas que compartimos o no regionalmente. En el segundo encuentro, una compañera uruguaya y una compañera argentina discutieron por el tema de las papeleras, que era ajeno a otros países que estaban ahí. Si tuviéramos la posibilidad de conversar con Argentina el tema de las papeleras, tal vez no tendríamos que involucrar a otros países en una controversia que es propia, que es nuestra. Talvez, si intercambiáramos opiniones sobre las papeleras, porque nosotras también estamos preocupadas por el medio ambiente, nos preocupan las papeleras. Pero, de hecho, nosotros somos un pequeño país, con mucha mano de obra desempleada, que éste ha venido, se supone, a resolver, en parte; ahora hay personas trabajando en la construcción. Y luego habrá menos, porque habrá otra instancia de producción. Pero a la vez, nos preocupa la contaminación. Lo que tenemos que hacer nosotros, las organizaciones, es exigir de nuestros gobiernos que se controle estrictamente la contaminación, o cumple esa empresa, o se adviene a las normas o se va. Pero eso lo tenemos que resolver, porque ellos también, los argentinos, también tienen papeleras, y en este momento son mucho más contaminantes que las nuestras. Porque no puedes tener montes, montes, montes plantados y ¿qué hacer con esa madera? Que la lleven para procesar en Europa, a darle mano de obra a los europeos. Es muy complejo el asunto, muy complejo. Incluso para quienes no queremos las papeleras, ahora no tenemos más remedio que pensar que son una necesidad. Tal vez, no había que haber sembrando, pero ya están los montes.
¿Cómo ves el futuro de la Red LAC?
Kika – Yo la veo como una red con posibilidades de crecer, de consolidarse, pero también con riesgos importantes, porque cuanto más crezca, más riesgos va a tener que enfrentar en cuanto a otras organizaciones con un perfil parecido, nunca igual, pero que pueden ver en la Red LAC una competencia. Yo siempre digo que es increíble que hablemos de competencia entre la gente, entre los campesinos, la gente rural. Es increíble que hablemos de competencia. En algún lugar hay gente que no es rural y que tiene otros intereses. Creo que la cosa va por ahí. Y sin duda tenemos que estar muy atentas, saber bien quienes son nuestros apoyos verdaderos, quienes son otras cosas. Y ser firme. Ser firme. Y, si un día tenemos que decirle a una compañera "por acá no va la cosa", vamos a decir "por acá no va la cosa". Nunca se puede decir no porque sí. Si lo entiende, bien. Porque tendremos un diálogo. Y, si no entiende, nos encontraremos en otras instancias.
¿Y tu sueño para la Red?
Kika – Mi sueño creo que, en buena parte, es ver que se extiende hacia las mujeres rurales que aún no sueñan que existe esa organización. No importa cómo se organicen, si dentro de, fuera de, pero que se organicen y que la red sea un buen paraguas para todas, donde nos encontremos todas, que haya mucha gente joven con mucha energía y compromiso y que las que hoy estamos en los descuentos podamos verlas. Porque, realmente, siempre vamos a estar. Tienen que saber esto, que si estamos vivas y nos precisan, o quieren saber algo, vamos a estar. Pero no podemos eternizarnos, no es bueno, no es sano. Y creo que, además, la Red merece cambios.
¿Y el sueño para las mujeres, Kika?
Kika – Independencia. Seguridad, formación y alta autoestima. Si tienen esas cosas, tienen a la vida por delante.
Y para ti, ¿cuál es tu sueño?
Kika – Bueno, es seguir trabajando en mi campo, con mis vacas, con mi marido, viendo crecer a mis nietos, saberles trasmitir el amor a la tierra. Y, para mi organización de Uruguay, que crezca, que aparezca, como la Red LAC. La Red LAC y nuestra red, no puedo pensar en una sin pensar en la otra. Y también ver a las mujeres organizadas, fuertemente organizadas. Estoy segura de que va a suceder; lleva tiempo, pero va a suceder.
¿Y cómo fue para ti participar en esta conversa?
Kika – Fue una conversación entre amigos. A mí, no me cuesta nada conversar, se deben haber dado cuenta. Es horrible, porque siempre tengo algo para decir. Y tengo que cuidarme, porque si no soy apabullante. Sí, tengo que cuidarme porque si no, no respecto los espacios… Si hay otra más prudente que yo, se calla la boca. Tengo que cuidarme, sí. Eso lo he aprendido mucho con mis compañeras de grupo. Ellas me han disciplinado en eso y en otras muchas cosas. Estoy muy agradecida.
Nosotros también, muchas gracias. En nombre del Museo de la Persona, agradecemos por la entrevista, muchas gracias.
Kika – A ustedes agradezco y a la Red también.
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